El entorno en el que vivimos y trabajamos influye en nuestra salud, nuestro estado de ánimo y nuestra productividad.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), nos pasamos de promedio el 90% de nuestra vida en espacios cerrados. Nuestro entorno, el más próximo de nuestras viviendas u oficinas, y el más amplio de nuestros barrios y nuestras ciudades, impacta en nuestra salud y procesos cognitivos.
La neuroarquitectura analiza de forma objetiva y sistemática cómo los espacios construidos modifican nuestras emociones y nuestras capacidades. Su objetivo es construir espacios que mejoren la productividad y el bienestar de las personas. En cada espacio los niveles de ansiedad y estrés cambian y por ende el ritmo cardíaco, utilizando unas gafas de realidad virtual, podemos obtener estos datos y tomar decisiones para que nuestros proyectos transmitan serenidad y mejoren nuestro rendimiento.
Surgió a mediados del siglo pasado de la experiencia del virólogo Jonas Salk en un monasterio franciscano del siglo XIII, en la Basílica de San Francisco de Asís, donde el estaba convencido de que este recinto había sido pieza clave para descubrir la vacuna de la polio.
Debemos utilizar todas las herramientas de las que disponemos, entre ellas las que nos proporciona la neuroarquitectura, para ayudar a las personas con enfermedades como la ansiedad o la depresión.
Los techos altos, la luz, el color, y hasta la forma de las habitaciones, alientan la creatividad y las actividades artísticas.
También influye la calidad del aire que respiramos en la productividad.
Tenemos la responsabilidad de construir espacios que preserven nuestra salud y potencien nuestras capacidades y nuestro bienestar físico y mental.
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